hace tiempo que no me divertía tanto leyendo un libro; y quiero decir exactamente eso: divertirme. hace años que me entreno para ser un lector profesional, con sus pros y sus contras. se me da bastante bien analizar cómo se construyen los personajes de ficción y sus relaciones con la narración... pero también presto mucha atención a la articulación formal y a la disposición de eventos, así que me pierdo con facilidad el placer de observar el bosque en favor del disgusto que produce ver que las raíces son de cartón piedra. eso quiere decir que muy pocos libros son capaces, últimamente, de gustarme, simplemente, más allá de la fruición estética, que calienta pero no quema. y no hablo de calidad sino de conexión.
acabo de leer un libro que conectó conmigo de una manera hace tiempo desconocida. me reí con su trama, me gustó el lenguaje utilizado y la organización material -la forma en que las palabras aparecen sobre el papel y aparecen dispuestas espacialmente- me encantó. pero eso no fue lo mejor; la conexión de la que antes hablaba se produce también porque la novela de la que hablo, titulada JPod -ya era hora de soltar el título, al que llegué, por cierto, gracias a Microsiervos, el blog español- y escrita por Douglas Coupland -con el autor pasa lo mismo-, tiene el valor de esas maravillosas obras efímeras cuya belleza proviene de su propia calidad y de la certeza de que no durarán mucho. Coupland escribió un libro que caducará en un par de años, un lustro como mucho -¿cuánto hace que no usas esa palabra?-. trata de un grupo de jóvenes trabajando para una compañía de videojuegos y sus relaciones, problemas, neurosis... todo tan cargado de contemporaneidad que con el paso del calendario todo perderá un poco de esa increíble luz que despide ahora, apenas un par de años después de ser escrita -lo mismo que pasó con Microserfs, otra de sus novelas, escrita en el 93-.
pero incluso cuando ese aura de actualidad desaparezca, el libro seguirá teniendo el valor de un documento increíblemente preciso a la hora de describir la vida a principios del siglo xxi; la ambigüedad moral, la inmediatez del acceso a la información y la democratización de las fuentes de conocimiento, las enfermedades de la individualidad y sus ventajas para el desarrollo de la personalidad, las complejas relaciones personales en una época de "remotidad". todo eso unido a la presencia constante de los anuncios, spam y juegos por los que la sociedad en que vivimos -ahora mismo- está rodeada.
todo eso cabe en un libro que parece un chiste -ya desde el título- y que se ríe de quienes lo leen y, de manera muy sarcástica, de quien lo escribió.
Coupland pertenece a ese grupo de gente que habla del ahora con diabólica precisión, o humana comprensión. no me queda más remedio que relacionarlo mentalmente con William Gibson, aunque con mejor calidad literaria que este último. ambos saben que el mundo está cambiando de una determinada manera, que ellos hacen propia y utilizan para escribir sus novelas.
fue un placer llegar a la última página del libro y sentir, a lo lejor, quizá desde Vancouver o quizá desde Tokyo, la risa del Evil Dough, y la sonrisa del Douglas de carne y hueso al seguir recibiendo pasta de gente como yo.
[confesión: estoy a la espera de que me lleguen 4 de sus libros]
31.3.08
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